Es una ironía, una burla a la sociedad, un reto al significado de la ética si es que algo de ella queda en los escondrijos de la farándula de cuello blanco; una parodia de no acabar está minando la credibilidad de lo institucional, una ruta de incertidumbre y desesperanza parece cobijar a una sociedad abrumada por la corrupción.
La podredumbre que rodeo el contrato 1043 de 2020 para conectar por internet a 7 mil colegios en veredas del país suscrito por un valor de 1,07 billones de pesos, dejará una profunda huella en la brecha digital y de atraso a un sector escolar de la sociedad, que en medio de la pandemia han visto como sus posibilidades de educación languidecen ante un entorno carente de infraestructura, de comunicaciones y de opciones de virtualidad; una maldad que reclamará justicia, ante una infancia que ve como la fisura digital le quita oportunidades de educación y de construcción de futuro.
Bien lo expone el profesor Michael Sandel, lo que se ha afectado va más allá de un contrato, lo que se ha impactado de manera aberrante es el “Bien Común”, una tiranía social con los menos favorecidos producto de la codicia desenfrenada de algunos contratistas tramposos, que el día de la adjudicación a raudales celebraban con un brindis gran reserva en el exclusivo sector del parque 93 en Bogotá; al tiempo que miles de padres no tenían argumentos para explicarles a los infantes, cómo su mundo digital que alguna vez añoraron se disolvía en medio de noticias rancias y cotidianas en otros frentes.
El país político está lejos del país real. Por esta vía estamos erigiendo un escenario sombrío de incredulidad y desconfianza, se teje una madeja de absoluta complejidad acompañada de discursos livianos que no convencen, que no van a la esencia de la realidad; una treintena de candidatos nos tienen confundidos. Es una trivialidad apreciar el contenido de los planteamientos, es como una secuencia que se resiste al cambio necesario y urgente; una muestra fehaciente se puso de manifiesto con la modificación de la ley de garantías, con el flaco argumento de la reactivación económica; sin llamarnos a engaños, la historia ha sido fiel exponente de las secuelas de la corrupción en las campañas electorales.
La capacidad institucional de un estado como lo plantea el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su libro “Estado de Crisis” descansa en dos condiciones esenciales – el poder y la política – la primera entendida como la capacidad institucional del estado de hacer las cosas y la segunda la capacidad de decidir qué cosas debería hacer el establecimiento, asuntos que nos llevan a entender la gobernanza; la cual se enfrenta a un populismo progresivo, producto de una indignación creciente, exacerbada por los pactos de corrupción que han originado carteles nefastos, que atentan contra el buen devenir de una sociedad que busca lograr un mejor futuro.
Mientras tanto, los togados de exquisitos vínculos sociales que frecuentan las vecindades del parque 93, llevan acabo defensas de sus clientes vinculados a tan oprobiosas causas, buscando concederles sus lujosas moradas por cárcel; al tiempo que en las veredas de la Colombia social y real, los chavales juegan con su pelota de trapo tratando de imitar a Falcao, con jugadas honestas en su improvisada cancha donde buscan materializar el gol de la esperanza; y de forma paralela en la Colombia urbana de estratos exquisitos, los infantes cuentan con velocidades de 100 Megas y gozan de todas las condiciones de conectividad; sin duda una tiranía que no debería existir, la educación y la brecha digital no deberían contribuir a una mayor desigualdad, es una cruda realidad que nos ha dejado la pandemia.